En los últimos tiempos se han puesto de moda diversos tratamientos para mejorar la estética de los dientes y, con ello, el propio aspecto del rostro. Se trata de una práctica oportuna siempre y cuando no la antepongamos a la salud bucodental.
Blanqueamientos dentales, carillas, ortodoncia invisible, entre otros, son tratamientos cada vez más populares. Con ellos podemos alcanzar el objetivo de mejorar la estética dental, pero siempre y cuando nuestra dentadura se encuentre en un correcto estado de salud, especialmente aquellas piezas que no se ven.
Pongamos un ejemplo. Si sufrimos la pérdida de una de las piezas anteriores, como un incisivo, enseguida recurrimos al odontólogo para que nos proporcione una solución. Es lógico, ya que el compromiso estético de esas piezas es muy grande. Su ausencia nos afectaría en la autoestima y las relaciones sociales, más allá incluso de los problemas mecánicos.
Sin embargo, si se nos cae alguna de las piezas posteriores, como los molares, algo que, por desgracia, es muy habitual a partir de los cuarenta años, solemos posponer con facilidad la restitución. Pensamos que, como no se ven, y tenemos más piezas para hacer su función, no es necesario sustituirlas a corto plazo. En ese sentido, estamos muy equivocados.
Consecuencias mecánicas, estéticas y de salud
Como ya hemos explicado en muchas ocasiones, la pérdida de dientes tiene consecuencias mecánicas, estéticas y de salud. No podemos utilizarlos para masticar, pueden perjudicar nuestra sonrisa y, sobre todo, contribuyen al deterioro del rostro y al envejecimiento prematuro. Al desaparecer la pieza dental y su raíz, el hueso sobre el que se sustentaba comienza a disolverse por la falta de vitalidad.
Como resultado, la estructura de la cara empieza a cambiar. Se pierde altura entre la nariz y la barbilla, se adelgaza en anchura, aparecen arrugas antes de tiempo y se forma la llamada papada en la parte inferior. Este fenómeno es particularmente visible en los pacientes edéntulos (que han perdido partes completas de la dentadura) o en quienes han llevado durante mucho tiempo prótesis removibles, que hacen su función, pero no revitalizan la masa ósea. Por el contrario, contribuyen a que se acelere la desaparición.
Sustituir cuanto antes las piezas perdidas
En cualquier caso, el proceso ocurre igualmente cuando se pierden pocos dientes, aunque sea más lento y menos visible. Por tanto, si queremos evitar envejecer antes de tiempo, no deberíamos esperar a restaurar las piezas. Entre las opciones posibles, las más recomendables son las que se basan en implantes dentales. Los implantes se comportan como dientes naturales, en el sentido de que mantienen la vitalidad de la masa ósea y evitan su desaparición.
No obstante, en función de la situación, será preciso regenerar primero el hueso mediante injertos o la inserción de biomateriales, un aspecto en el que también se ha avanzado enormemente.
Una vez que hemos recuperado la estructura ósea y la estabilidad mecánica, quizá es el momento de preocuparse por la segunda fase de la estética. Todas las técnicas citadas, y otras, pueden ser válidas entonces para mejorar la sonrisa, el aspecto de los dientes y el resto de componentes del rostro.